sábado, 22 de diciembre de 2007

El 090

Me considero un atleta de dos veces a la semana. Mi familia, aprecia ese buen hábito, con cierta benevolencia. Corro suave, a mi ritmo pero me hice a un cierto prestigio que pagué caro.

Mi hija, que estudia medicina, llegó hace poco y me dijo que si podía participar en una carrera que organizaban los médicos, sus maestros, que a ella la recompensaría por llevar participantes y trotar. Lo pensé un momento. Me dijo: “Es desde el hospital hasta el Club Meta”. Me pareció corto el recorrido.

Fuimos el día de la prueba. Me acompañaba mi hijo Santiago, de nueve años y mi esposa. Al ver los otros participantes, me dijo: “Papá, son uno cuchos. Seguro usted les gana”. Su optimismo era sereno. Yo sentí un no sé qué.

Cuando me pasaron el mapa de la prueba tuve mi primera contrariedad. Era del Hospital hasta el Club Meta, pero se daba un rodeo por el sur de la ciudad, y el recorrido sumaba ocho kilómetros. Empecé a oír comentarios y deduje que varios de ellos, atletas en uso de buen retiro, también participarían. Eche un rápido vistazo a mis contrincantes: alumnos de la facultad algo obesos; médicos maestros de mi hija, ya entrados en años. Pensé que al menos con ellos tendría oportunidad.

Nos pusieron en la línea de largada, me estamparon el 090 y dieron la partida. Aunque se había hecho un tácito pacto de ir suave, el entusiasmo y la rivalidad prendió y le imprimieron un ritmo endemoniado a la carrera. Mi esposa y mi hijo salieron hacia la meta.

Ni los muchachos, ni los médicos cedieron un centímetro. Los atletas en buen retiro hacían una ostentación modesta. Mantuvieron un ritmo asfixiante y agónico. Hasta tuve la sospecha de que “algunos” se había aplicado unas bolsas de sangre oxigenada. Acudí a la psicología de atleta, y pensé que más bien, tuvieron el cuidado de entrenar varias veces el recorrido. Era una celada.

A mitad del recorrido, cuando el grupo se desintegró y advertí que me había tomado dos cuadras de ventaja, palidecía. Mi retiro se vio precipitado porque me dio pena ver el tráfico parado a la espera que pasara el último participante: yo, por supuesto.

“Papa, llegaron todos. Incluso los cuchos y el único que no apareció fue el 090”. Me sumí en el sofá, sin saber que decir.