lunes, 28 de julio de 2008

Como en las Película

La más rara impresión que me transmite el cine y la televisión es un profundo sentido de asepsia y orden. Los sentimientos y las personas que proyecta la pantalla son modelados de tal forma que no solamente hay bondad en ellos, sino exquisita pureza, angelical limpieza, que salta y se estrella contra la turbidez, torcedura y negra conciencia nuestra. ¡Cómo quisiera ser tan bueno! ¡Cómo podría ser de corazón tan puro como se me enseñan ahí!

Ayer sentí un profundo cansancio de ser yo mismo. Me declaré jarto, jodido de cargar a diario, minuto a minuto con mi conciencia, con “ese ser yo”, que bulle en mi cabeza, que anda conmigo, que duda, imagina y se conduele. Toda objetividad a la que uno aspire esta jodida de antemano sabiendo que esa carga, esa conciencia pegada, adherida como una mancha no se separará nunca. ¿Cómo poder mirar el mundo con limpieza, claridad y algo de objetividad sino nos define y esencialmente somos una subjetividad caprichosa, mezquina y limitada.

En el cine, incluso el que tiene más pretensiones de ser realista, también los objetos transmiten ese sentimiento de oportunidad y pertinencia: están justo en el lugar que deben estar: son limpios, relucientes, arquitectónicamente delineados. Si un personaje en la película o en la serie, toma por ejemplo un balón de baloncesto, ese balón va más allá: es limpio, reluciente, la superficie adherente se siente resbalar por las yemas de los dedos del personaje; suena con un timbre especial en el maderamen y rasga de manera particular la malla de la cesta. ¿Por qué mi bola de baloncesto no suena igual, no salta igual?; incluso el golpe seco en el maderamen, lucha para que no se lo trague el piso y le impida saltar cargado de energía.

Viendo cine la realidad es una frustración muy grande. ¿Cuándo besaré, y cuando gemirá una mujer como lo hace en cine?

domingo, 20 de julio de 2008

De la Mala Educación

Que “el dinero es el estiércol del diablo”, nos decían el cura desde el púlpito, pero enviaba al acólito a recoger monedas en una bolsita; es decir, a recolectar estiércol. Que Judas se ahorcó con una bolsa de treinta monedas, obtenidas de una transacción que selló una traición. Que “es más fácil que un rico entre al cielo, que pase un camello por el ojo de una aguja”. Que “bienaventurados los pobres, porque ellos heredarán la tierra” –en el reino del más allá, no se sabe cuándo-; que “el dinero no lo es todo”, “et cétera”, “et cétera”.

Había una intención bien larvada de fomentar la miseria y la aceptación de la pobreza mediante la educación en la escuela y la doctrina en las iglesias con una mala mirada a la riqueza. ¿Quién iba a desear ser rico si mediante ello prácticamente obtenía la condenación?

Había en cambio que trabajar por los demás, con entrega y humildad, como una mula mansa. Había que ayudar a enriquecer al señor del pueblo, al hacendado del campo, pues, nosotros ya estábamos bien pagos por la gracia del Señor.

Pero si íbamos a sentarnos, primero y adelante se sentaba el rico; si el pobre se enfermaba, el médico no iba a su casa, sino que se consumía en fiebres en un camastro, tirado como una bestia. El rico consumía las mejores viandas, vestía las mejores ropas, pagaba la mejor educación a sus hijos, y sin duda, el cura rezaba con más devoción por su alma, pues era quien más favorecía con su dinero la empresa de la iglesia.

Ahora, hoy día, ha cambiando un poco el mensaje y se habla de llevar una vida honesta, muy recta y fundada en los principios de la Corporación.