viernes, 30 de enero de 2009

Tics para escribir una novela

Bueno, y al fin, me leí la segunda novela de Millás: “Letra Muerta”. Título lúgubre y funeral. Ahora vengo a descubrir la corriente de novela policiaca en la que nada Millás. La novela, de alguna forma se parece a él. Cuando lo conocí en Cartagena, en el claustro de Santo Domingo, llegó de manera silenciosa, como un monje que la disciplina de su oficio lo obliga a cumplir una labor no del todo grata, más o menos forzada por sus votos de obediencia. Mientras caminaba, el párpado de su ojo iba a media asta –lo veía de perfil mientras avanzaba dando un rodeo a la sala- y levantaba brevemente una ceja. Eso le daba el gesto noble de una tortuga milenaria. Sin embargo, caminaba con vigor: parecía un ganso con cabeza de búho. Por fin llegó a la mesa principal y sin muchos rodeos entró en materia: hablar sobre la novela y el oficio de escribir. Sin duda fue el mejor de los escritores que pasaron ritualmente a hablarnos.

Ahora que lo pienso, el escenario de ese claustro eclesiástico de siglos atrás le iba muy bien por su tradición española, tan católica, nación terca y austera, brazo aventajado de la iglesia. “Letra Muerta” es una historia de curas.

Me pareció frugal. Hombre seco y espigado, la camisa por fuera. No se rió, estuvo, digamos, formal sin estar tenso. Sabía y estaba seguro de su superioridad. No había en la sala otra persona para demostrarle lo contrario. Cuando terminó se fue solitario, igual como había entrado.

No sabía de la madurez de su oficio y ahora voy poco a poco comprobándolo.

Yendo al grano, con respecto a “Letra Muerta”:

Es necesario hacer una buena síntesis de la novela antes de escribirla. Es muy útil para que la obra parta de una estructura, de un esqueleto bien conformado. Lo contrario, sería divagar en la construcción de una entidad amorfa. Millás habló en su charla de que cuando se sentaba en las mañanas a escribir, no sabía qué era lo que iba a escribir ni lo que iba a pasar en su historia: “Eso sería muy aburrido”. Sin embargo, eso no quería decir que no existiera un mapa muy general, una historia más o menos armada. Pienso que si no se tiene una síntesis bien elaborada de la novela antes de empezar a escribirla, es mejor no iniciar. Y creo que esta parte, es para ser creativos y audaces al máximo, si no queremos engendrar un niño muerto. Así en “Letra Muerta”, a medida que vamos avanzando y cuando se va cerrando el fin de la historia, apreciamos que nada de lo escrito antes fue gratuito sino todo lo contrario; dispositivos de relojería finamente dispuestos para que el engranaje fuera perfecto.

Esa fue otra lección de la que quiero hablar después.

viernes, 23 de enero de 2009

Novelas de la vagina

Acabo de leerme “Cerbero son las sombras”, de Juan José Millás. Bueno, ya hace unas semanas. Es la primera novela de una antología de tres novelas cortas, de Alfaguara. Fui a leer la segunda novela y no pude.
Quedé en un hueco oscuro después de leerla, en medio del silencio y con la necesidad de meditar en esta primera historia. El sentido del texto me transmitió un mensaje oscuro y pesimista, muy propio de los españoles, pero lo que traté de observar fue la técnica.
La historia básica es la siguiente. Millás insiste que es una novela de pasillos, o de zaguanes oscuros –como la vagina, todo un misterio; así lo dice él mismo-: una familia que huye se refugia en Madrid: padre, madre y tres hijos. Dos muchachos y una niña. De los dos chicos, el menor es el narrador. La familia día a día se va reduciendo, amenazados por la pobreza, la carencia de ayuda y la persecución. El mayor de los hermanos huye una noche y regresa enfermo. El padre encomienda al hijo menor –el narrador- la misión de buscar ayuda. La ayuda –una ex amante del padre-, muere trágicamente a último momento y se desvanece la esperanza de socorro. El hijo mayor que había huido y regresado enfermo muere y la madre oculta el cadáver del resto de la familia en un armario. El joven hijo narrador, ve derrumbarse a su padre y descubre el secreto de su madre: va perdiendo la razón ante la sordidez, huye, alquila una buhardilla y desde este final se encadena el relato con el comienzo: “Querido padre: Es posible que en el fondo tu problema, como el mío, no haya sido más que un problema de soledad.” Se cierra el círculo que puede empezar de nuevo.

¿Qué saqué en conclusión?

Trabajar una novela –y eso es muy propio del género- requiere dos condiciones: a. Hondura psicológica en el tratamiento de los personajes. En este caso, el mismo narrador hace un profundo examen de sí mismo y de su padre. Legado de Dostoiesky. b. Imprevisión y torcedura de los acontecimientos que eleve la tensión. Es decir, la tensión no basta: es necesario los detalles de último momento que lo tuercen todo. “O sea”, como diría un gomelo mascando chicle: uno puede manejar las curvas de interés para mantener la buena tensión, pero si además agrega la imprevisión en los hechos y acontecimientos, aumenta de manera significativa el efecto sobre el lector. Tal vez se podría hablar de otro elemento esencial: la voz propia, el lenguaje personal y un cierto calibre filosófico en el pensamiento del autor. Más o menos eso es lo que se le siente a Millás.

lunes, 12 de enero de 2009

Sin lugar

Creí que con los años, los cursos de Yoga, Tai Chi y meditación para estar en armonía con el mundo me iban a hacer una persona más sintonizada con el tiempo. No ha sido así. Peor aún: cada día la cosa es peor y es como si no encontrara mi lugar en ninguna parte, como si me hubiera adjudicado la condición del amante abandonado que no halla sosiego en ningún lugar.
A cualquier punto que vaya, apenas llegando, ya siento hastío y deseos de partir a otro lado, esperando en vano encontrar algo que no hallaré, o que perdí un día y no me di cuenta.
Cada día me incomodan más los demás, me son adversas las ideas políticas triunfantes y mi contacto con los otros es un roce de irritabilidad.
En el comienzo, hallaba mi lugar sin complicaciones: encima de una baranda, lanzando piedras a un charco era suficiente. No peleaba con nadie porque no había con quien hablar. Me tumbaba en un banco de madera y adivinaba las siluetas de animales de algodón que se iban formando con las nubes. Oía la canción de Soeur Sourire: “Dominique, nique nique, pobremente por ahí…”