domingo, 20 de julio de 2008

De la Mala Educación

Que “el dinero es el estiércol del diablo”, nos decían el cura desde el púlpito, pero enviaba al acólito a recoger monedas en una bolsita; es decir, a recolectar estiércol. Que Judas se ahorcó con una bolsa de treinta monedas, obtenidas de una transacción que selló una traición. Que “es más fácil que un rico entre al cielo, que pase un camello por el ojo de una aguja”. Que “bienaventurados los pobres, porque ellos heredarán la tierra” –en el reino del más allá, no se sabe cuándo-; que “el dinero no lo es todo”, “et cétera”, “et cétera”.

Había una intención bien larvada de fomentar la miseria y la aceptación de la pobreza mediante la educación en la escuela y la doctrina en las iglesias con una mala mirada a la riqueza. ¿Quién iba a desear ser rico si mediante ello prácticamente obtenía la condenación?

Había en cambio que trabajar por los demás, con entrega y humildad, como una mula mansa. Había que ayudar a enriquecer al señor del pueblo, al hacendado del campo, pues, nosotros ya estábamos bien pagos por la gracia del Señor.

Pero si íbamos a sentarnos, primero y adelante se sentaba el rico; si el pobre se enfermaba, el médico no iba a su casa, sino que se consumía en fiebres en un camastro, tirado como una bestia. El rico consumía las mejores viandas, vestía las mejores ropas, pagaba la mejor educación a sus hijos, y sin duda, el cura rezaba con más devoción por su alma, pues era quien más favorecía con su dinero la empresa de la iglesia.

Ahora, hoy día, ha cambiando un poco el mensaje y se habla de llevar una vida honesta, muy recta y fundada en los principios de la Corporación.

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