viernes, 23 de enero de 2009

Novelas de la vagina

Acabo de leerme “Cerbero son las sombras”, de Juan José Millás. Bueno, ya hace unas semanas. Es la primera novela de una antología de tres novelas cortas, de Alfaguara. Fui a leer la segunda novela y no pude.
Quedé en un hueco oscuro después de leerla, en medio del silencio y con la necesidad de meditar en esta primera historia. El sentido del texto me transmitió un mensaje oscuro y pesimista, muy propio de los españoles, pero lo que traté de observar fue la técnica.
La historia básica es la siguiente. Millás insiste que es una novela de pasillos, o de zaguanes oscuros –como la vagina, todo un misterio; así lo dice él mismo-: una familia que huye se refugia en Madrid: padre, madre y tres hijos. Dos muchachos y una niña. De los dos chicos, el menor es el narrador. La familia día a día se va reduciendo, amenazados por la pobreza, la carencia de ayuda y la persecución. El mayor de los hermanos huye una noche y regresa enfermo. El padre encomienda al hijo menor –el narrador- la misión de buscar ayuda. La ayuda –una ex amante del padre-, muere trágicamente a último momento y se desvanece la esperanza de socorro. El hijo mayor que había huido y regresado enfermo muere y la madre oculta el cadáver del resto de la familia en un armario. El joven hijo narrador, ve derrumbarse a su padre y descubre el secreto de su madre: va perdiendo la razón ante la sordidez, huye, alquila una buhardilla y desde este final se encadena el relato con el comienzo: “Querido padre: Es posible que en el fondo tu problema, como el mío, no haya sido más que un problema de soledad.” Se cierra el círculo que puede empezar de nuevo.

¿Qué saqué en conclusión?

Trabajar una novela –y eso es muy propio del género- requiere dos condiciones: a. Hondura psicológica en el tratamiento de los personajes. En este caso, el mismo narrador hace un profundo examen de sí mismo y de su padre. Legado de Dostoiesky. b. Imprevisión y torcedura de los acontecimientos que eleve la tensión. Es decir, la tensión no basta: es necesario los detalles de último momento que lo tuercen todo. “O sea”, como diría un gomelo mascando chicle: uno puede manejar las curvas de interés para mantener la buena tensión, pero si además agrega la imprevisión en los hechos y acontecimientos, aumenta de manera significativa el efecto sobre el lector. Tal vez se podría hablar de otro elemento esencial: la voz propia, el lenguaje personal y un cierto calibre filosófico en el pensamiento del autor. Más o menos eso es lo que se le siente a Millás.

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