jueves, 6 de enero de 2011

“De esta vida nadie sale bien librado”*

Murió Mercedes. Es la primera persona que conozco que se muere así, de una manera tan fulminante. Bueno, “fulminante” sería suficiente, el “tan” viene a sobrar frente a este adjetivo tan cortante y rotundo, que apenas deja como la humareda en la boquilla de una pistola. Escasamente hace unos quince días supe que estaba enferma y que Oscar, su esposo, la había llevado al Seguro por un malestar crónico. Quince días atrás el médico que la revisó la envió para la casa con la receta de un laxante porque manifestó sensación de congestión estomacal. ¡Cómo le pararían de bolas ante una dolencia mortal!

Pero unos días después de nuevo se sintió mal y Oscar tuvo que traerla de urgencia. Su estómago había crecido y no podía comer casi nada. Empezaron a hacerle exámenes con más cuidado y los médicos que la trataban se abstuvieron de emitir algún diagnóstico hasta no obtener los resultados de los exámenes.

Mi hija que es médica y había venido el fin de semana a saludarnos, supo del estado de salud de Mercedes y fue a visitarla hasta Buenavista, una vereda cerca a la ciudad, que queda arañando la cordillera a unos 1.100 metros sobre el nivel de mar. Se trataba de una visita social, sobre todo. Sin embargo cuando regresó a la casa venía impresionada: “Papá, creo que ya sabemos lo que tiene Mercedes: es un cáncer de hígado y, si se confirma, contra eso no hay nada qué hacer”.

Días después seguí obteniendo noticias esporádicas de su salud. Los médicos no hacían un diagnóstico claro pero se especulaba de un cáncer en el páncreas. Practicaron una biopsia y la enviaron a Bogotá y quedaron pendientes. Una técnica de dilación. A Oscar se le achicaba el corazón escuchando las noticias escuetas de los médicos y empezó a temer lo peor. Su familia se reducía a Mercedes, Laura, su hija –a quien vi crecer en el vecindario mientras vivimos en Buenavista- y él. Un gigantón de un metro con ochenta, barbado pero que pese a su apariencia, era un hombre bastante tranquilo y pacífico que vivía en torno a Mercedes quien, en los últimos años en que los cercó la angustia económica, mostró más entereza y energía que él.

Cuando los conocí a los dos eran dos personas muy diferentes. De alguna forma, la fortuna les sonreía y tenían más o menos todo lo necesario. Vivían con modestia en una casita de cuentos infantiles, la mayoría de ella hecha en madera. Siempre tuvo una aviso de “Se Vende” por no sé qué capricho de Oscar, que sin embargo nunca la vendía. Habían vivido en Buenavista como se dice toda la vida y en el fondo dudábamos que se irían algún día. No divertíamos los fines de semana, tomábamos en torno a fogatas y nos reíamos mucho. Mercedes tenía una risa especial, si no es que siempre se nos ocurre eso de las personas que fallecen. Se reía fácil de las cosas simples y era una persona muy calmada. Nunca que recuerde la vi molesta. A veces un poco concentrada, en los últimos años, cuando pasaba por la casa en compañía de Laura. Oscar, por problemas de nervios, a raíz de su afición a la bebida, había vendido un campero que manejaba y desde entonces su economía se vino a pique.

Entonces Mercedes se había dedicado a hacer pequeñas costuras en su casa, trabajó en una despulpadora de fruta, peluqueaba a los vecinos y quizás, por la misma situación dura por la que pasaban, se acercó mucho a la iglesia en la vereda pero no se quejaba. Era estoica.

Esta mañana vino mi suegro, después de un largo fin de semana esperando los resultados de la biopsia. Me dijo que venía de la clínica y que Mercedes había acabado de morir. Caímos en el silencio.

Lo que me pregunto es si Mercedes se murió por la enfermedad o por la miseria en la que estuvieron viviendo. Primero porque tal vez no tuvo la atención médica necesaria. Y segundo, porque acercarse uno tanto a la iglesia pero perder fe y las ganas de vivir es muy mala señal y muy mal síntoma para conservar la vida.

Oscar se demolerá y quién sabe cómo va a sobrevivir a este golpe. Como decía la escritora Dorothy Parker, “Que se sepa, de esta vida nadie sale bien librado”


Escritora y Dramaturga Dorothy Parker

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